El 44% de los consumidores aprecia la sostenibilidad y cada vez se preocupa más por el origen de los productos o por los materiales de los envases.
El consumidor ecoactivo ya está en todos los supermercados, tiendas y mercados de barrio. Si presta atención, lo identificará rápidamente porque dedica varios minutos a observar detenidamente la información de cada producto antes de añadirlo a la cesta. Coge el tarro de mermelada del lineal y busca el valor energético, los ingredientes y los conservantes. Pero también se interesa por si se ha fabricado en España o en otro mercado de proximidad, y trata de buscar información adicional sobre los materiales utilizados en el envase.
En general, para la mayoría de consumidores, más allá de los muy activos en materia medioambiental, la sostenibilidad se ha convertido en una prioridad a la hora de hacer la compra y casi la mitad de los consumidores (el 44%) ya penaliza a aquellas marcas que no considera sostenibles, según el estudio Shopperview de la asociación de fabricantes y distribuidores Aecoc. Lejos queda la época en la que únicamente nos dejábamos llevar por el precio, los packs de descuento o por un envase atractivo y novedoso.
La pregunta es: ¿En qué se fija el cliente para castigar o premiar a una empresa por su sostenibilidad? Lo primero que mira es el propio producto, pero ya no sólo se fija en su interior, sino en todo lo que lo rodea. El 60% de los consumidores asegura que consulta la etiqueta en busca de información de todo tipo. Busca la procedencia y valora positivamente que se trate de un producto de proximidad, pues se le presupone un menor dispendio energético en virtud del transporte. Asimismo, premia que el envase utilice la mínima cantidad de materiales. El cliente penaliza, sobre todo, el exceso de plástico y más si éste no se puede reciclar. Tres plátanos en una bandeja de poliexpán o una manzana envuelta en papel film son motivo más que suficiente para castigar al producto y a la tienda.
El cliente valora positivamente si la propia empresa es sostenible, lo que demuestra si es transparente en cuanto a sus procesos de producción y distribución. Eso, sin olvidar la tienda, en lo que se fija el 30% de los clientes, que exigen que sea coherente con el producto y la empresa. Según el estudio, el consumidor reclama más información en las tiendas y zonas específicas de artículos Eco y Bio, productos a granel y de proximidad.
Pero si hay algo que molesta a los consumidores españoles son aquellos centros que todavía reparten bolsas de plástico. Significa un castigo casi seguro, sobre todo porque es donde más se esfuerza el propio consumidor cuando es quien tiene que ser responsable. El 80% ya lleva su propio carro o su propia bolsa cuando va a hacer la compra.
Otro gran avance reciente entre los consumidores ha sido el cambio de las botellas de agua de plástico por bidones de aluminio o de otros materiales, lo que contrasta, por ejemplo, con que sólo el 36% usa vasos reutilizables para tomar bebidas calientes.
La comodidad es el gran enemigo de la sostenibilidad, y los españoles somos un poco más cómodos que la media. Mientas en España hay un 14% de consumidores ecoactivos (muy activos y que adoptan medidas en favor del medio ambiente de forma habitual), en Alemania son el 30%; y en Chile, el 37%, los dos países con más ecoactivos. La media está en el 16%.
Esto no significa el fin de los envases ni del plástico. El envase debe existir porque aporta protección, facilita la manipulación e informa al consumidor, pero debe reinventarse utilizando el ingenio.
Los bioplásticos y otros materiales reciclables ya son una realidad, incluso se investiga en envases hechos a partir del cultivo de hongos.
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